
La redención que brota donde nadie la espera
Author
Evelyn García
Date Published
Hay capítulos en la Biblia que son un cierre, pero también un comienzo. Rut 4 es así: el final de una historia que comenzó en medio del luto y el hambre, pero también el punto de partida de una promesa que se extiende más allá de lo que el corazón humano podría haber imaginado. Este capítulo no solo cierra la travesía de Noemí y Rut, sino que revela cómo Dios puede unir hilos de dolor, pérdida y decisiones valientes para bordar un plan eterno.
Booz fue a la puerta de la ciudad, como quien sabe que lo que Dios quiere hacer no se negocia a medias. No bastaba con tener buenas intenciones ni con haberle mostrado a Rut su interés en secreto. Había que hacer las cosas bien, de frente, en voz alta, y con testigos.
“Y Booz subió a la puerta y se sentó allí; y he aquí, pasaba aquel pariente de quien Booz había hablado, y le dijo: Eh, fulano, ven acá y siéntate. Y él vino y se sentó.” (Rut 4:1)
Me puedo imaginar a Booz, esperando al redentor más cercano, al que por ley debía asumir la responsabilidad. Le expone el caso: Noemí ha vuelto, la tierra de Elimelec está disponible, y él puede redimirla. El hombre dice que sí… hasta que escucha el nombre de Rut. Hasta que entiende que no se trata solo de una propiedad, sino de una mujer. Una viuda. Una extranjera. Una historia que no encaja en su herencia ni en sus planes. Dice que no. Se echa para atrás.
“No puedo redimir para mí, no sea que dañe mi heredad; redime tú, usando de mi derecho, porque yo no podré redimir.” (Rut 4:6)
Y yo pienso en cuántas veces otros también han dicho “no” a lo que yo creía que podía ser redimido. Cuántas veces he sentido que mi historia era demasiado complicada, que mi pasado no era digno de ser cargado por nadie.
¿Cuántas veces has pensado que eras “demasiado” para ser elegida, o “muy poco” para ser vista?
Pero ahí está Booz. El hombre que no teme, que no huye, que no solo ve el riesgo, sino el propósito. El que se levanta cuando otros se alejan. Y no lo hace en secreto. Se para firme, hace el pacto, se convierte en redentor. Toma a Rut como su esposa y redime el nombre que parecía condenado al olvido.
“Y Booz dijo a los ancianos y a todo el pueblo: Vosotros sois testigos hoy de que tomo por mi mujer a Rut la moabita, mujer de Mahlón, para restaurar el nombre del difunto sobre su heredad.” (Rut 4:10)
Y lo que sigue me rompe un poco por dentro. Porque los ancianos y el pueblo, los mismos que tal vez en otro tiempo habrían murmurado por su origen moabita, ahora bendicen a Rut. Le desean que sea como Raquel y Lea, las madres de Israel.
“Y dijeron todos los del pueblo que estaban a la puerta, con los ancianos: Testigos somos. Jehová haga a la mujer que entra en tu casa como a Raquel y a Lea, las cuales edificaron la casa de Israel.” (Rut 4:11)
La misma mujer que llegó sin nada, con el rostro posiblemente quemado por el sol del campo, ahora es reconocida con honor. La gracia de Dios tiene esa forma de hacer todo nuevo sin borrar lo que fuiste. Rut no dejó de ser moabita, pero ahora era parte del linaje de la promesa. No fue olvidada, fue injertada.
¿Crees que tu pasado puede impedir el cumplimiento del propósito de Dios en tu vida? ¿Qué harías si supieras que justo eso que sientes como carga es parte de tu llamado?
Rut queda embarazada. Y nace Obed. Y es Noemí quien lo toma en sus brazos. La misma Noemí que llegó amargada, rota, convencida de que Dios le había quitado todo, ahora es llamada “bendecida”.
“Y tomando Noemí el hijo, lo puso en su regazo, y fue su aya. Y le dieron nombre las vecinas, diciendo: "Le ha nacido un hijo a Noemí; y lo llamaron Obed.” (Rut 4:16–17)
No solo a Rut. Porque la redención de Dios alcanza más de lo que uno espera. Es tan profunda que toca generaciones, restituye corazones viejos, da nietos a quien pensaba que ya no podía volver a criar y abrazar la vida una vez más.
¿Qué parte de ti diste por muerta hace tiempo? ¿Y si Dios aún planea poner vida justo ahí?
Dios no solo restaura lo visible. También sana lo que uno ya ni se atrevía a pedir. Hay un tipo de espera que no se entiende hasta que termina. Y hay un tipo de redención que no se experimenta solo por recibir algo nuevo, sino por ver cómo Dios honra lo que parecía perdido.
Rut fue fiel en lo cotidiano. Caminó con su suegra. Trabajó en campos ajenos. Se acostó a los pies de Booz en una noche incierta. Y sin saberlo, estaba caminando hacia su propósito eterno. Quizás tú también estás allí. En medio del campo. En medio del silencio. Pensando que no hay final feliz para tu historia. Pero Rut 4 nos grita: la redención llega. Y cuando lo hace, no solo restaura... también redime a generaciones.
Y el capítulo termina con una lista de nombres. Genealogía. Pero para mí es una promesa. Porque cada nombre es una prueba de que Dios sabe lo que hace. De que nada es en vano. De que la obediencia de una extranjera, la fe silenciosa de una viuda, y la justicia de un redentor se convierten en el linaje del rey David.
“Obed engendró a Isaí, e Isaí engendró a David.” (Rut 4:22)
Y más adelante, en el linaje de Jesús. Rut nunca supo que su sí en medio del dolor abriría paso a la redención del mundo. Solo hizo lo que sintió correcto. Se quedó. Trabajó. Esperó. Se humilló. Amó. Y Dios hizo todo lo demás.
¿Y si tu obediencia de hoy afecta a personas que ni siquiera han nacido? ¿Y si tu historia tiene más peso del que puedes ver ahora?
A veces pienso que uno camina por campos ajenos sin saber que pisa tierra de promesas. Que el luto se vuelve inicio. Que los rechazos preparan el escenario. Que la redención viene, aunque parezca tarde. Aunque duela. Aunque al principio llegue envuelta en silencio. La historia de Rut me recuerda que Dios no se olvida. Que la cosecha siempre llega. Y que el amor verdadero, el que sana y redime, no teme ensuciarse las manos con las heridas del otro. Solo se acerca. Y redime. Porque mientras Rut recogía espigas en silencio, Dios tejía generaciones. Mientras Noemí lloraba por lo perdido, en el cielo el nombre de David ya estaba escrito. Mientras Booz se levantaba en obediencia, la promesa del salvador del mundo tomaba forma entre nombres y vientres.
Tal vez no lo veas todavía, pero...
¿y si este capítulo que hoy vives, que aún no entiendes, fuera en realidad el prólogo de algo eterno?
Nota al lector: Reflexión devocional inspirada en Rut 4. No es un comentario teológico, sino una lectura desde el corazón y la fe.
Comentarios
Cargando comentarios…