
Aprendiendo de Santiago: de la duda a la rendición
Date Published
Por mucho tiempo, estudiar el libro de Santiago me hacía un guiño desde la distancia. Cada mes o mes y medio, cuando me preguntaba qué libro leer, Santiago siempre aparecía en los recovecos de mi mente, como un recordatorio constante de que debía abrirlo. Pero, como suelo hacer con todo aquello que sé, me va a incomodar, lo posponía. Esta vez fue distinto. Un año después, aquí estoy, y quiero llevarte conmigo en este viaje de descubrimiento y estudio devocional en un libro que nos llama a vivir una fe radical y a practicar, de manera real, lo que significa ser cristianos.
Creo importante empezar hablando un poco de quién era Santiago y el contexto del que venía. Así podremos entender por qué sus afirmaciones suenan tan radicales y, a la vez, despiertan tanta admiración. Santiago era el medio hermano de Jesús. No fue uno de sus discípulos y, durante los tres años de ministerio de su hermano mayor, se mantuvo escéptico respecto a si realmente era el Mesías prometido.
De hecho, en Marcos 3:20-21 vemos un ejemplo muy claro: Jesús entra a una casa, la multitud lo rodea como siempre, y cuando su familia escucha lo que está ocurriendo, intentan llevárselo diciendo: “está fuera de sí”, que es una forma bonita de decir “se volvió loco”. El evangelio de Juan también nos muestra esa incredulidad. En Juan 7:1-5, Jesús recorría Galilea porque en Judea ya lo querían matar. Sus propios hermanos lo animaban a ir allá para hacerse más conocido por lo que hacía, y el verso 5 lo resume todo: “Ni siquiera sus hermanos creían en él.”
Esa duda puede deberse a muchos factores, pero lo cierto es que, muchas veces, nos cuesta ver con claridad lo que tenemos tan cerca. Ellos habían crecido con Jesús, lo conocían desde niño, y quizá les resultaba imposible pensar que ese mismo Jesús con el que habían compartido juegos pudiera ser el Mesías esperado. Y no los culpo. Conociendo cómo funciona mi propia mente, yo también habría cuestionado la cordura de mi hermano mayor si hubiese dicho y hecho todas esas cosas.
Pero no podemos dejar de preguntarnos: ¿qué hizo que aquel Santiago que dudaba llegara a vivir una fe tan radical que terminó siendo martirizado por confesar que Jesús es el Mesías? Creo que la respuesta está en algo que todos intuimos: cuando alguien tiene un verdadero encuentro con Jesús y decide vivir para Él, es imposible permanecer tibio o indiferente. Conocerlo es fuego que consume. Tu vida nunca vuelve a ser la misma. Es como si Dios mismo se encargara de “arruinarte” para el mundo, para que volver atrás nunca sea una opción.
Y aquí hay algo que no quiero pasar por alto: Santiago necesitó ver al Resucitado para creer. Sus dudas no lo alejaron de Dios, al contrario, se convirtieron en el terreno donde la gracia se manifestó. Jesús no lo rechazó por cuestionar, ni se ofendió por su incredulidad. Lo buscó después de la resurrección y le mostró la verdad. Y yo me pregunto: ¿cuántas veces he sentido culpa por mis propias dudas, como si Dios pudiera enojarse conmigo por no “tener suficiente fe”? Sin embargo, lo que veo en Santiago me recuerda que Él no se escandaliza de mis preguntas. Las recibe con paciencia y siempre está dispuesto a darme luz… si tan solo me detengo, guardo silencio y espero escuchar su respuesta.
Santiago abre su carta de la siguiente manera, y con simples palabras revela tanto de quién era él en Cristo:
“Santiago, siervo de Dios y del Señor Jesucristo,
a las doce tribus que se hallan dispersas por el mundo:
Saludos.” Santiago 1:1 (NVI)
La versión que uso traduce “siervo” como “esclavo”. Y aunque seguí leyendo las siguientes líneas, mis ojos volvían a esa palabra. Porque si imaginamos lo que es un esclavo, es básicamente alguien sin derechos, completamente subordinado a su amo. Un esclavo obedece en todo y no tiene voluntad propia. Esa palabra me golpeó. Inmediatamente supe lo que el Espíritu Santo me estaba diciendo, lo mismo que me ha estado pidiendo desde hace un año: “Ríndete por completo a mí.”
Pero, como siempre, me resisto. Me resisto porque no quiero perder la ilusión de tener el control de mi vida, esa ilusión que me ha acompañado tanto tiempo. Y, en el fondo, ¿por qué no admitirlo? Me da miedo lo que pueda significar rendirme por completo ante el Creador del universo.
Y yendo más a fondo, he comprendido que esa falta de rendición total en todas las áreas de la vida no es simplemente falta de fe, sino falta de creerle a Él. Aunque nuestra mente sabe de memoria los versículos que hablan de su carácter, nuestro corazón muchas veces no se ha dado por enterado. Caminamos desconectados, profesando con la boca algo que nuestro espíritu todavía no cree del todo. Eso revela que aún desconocemos realmente su carácter, que nuestra visión está nublada por las formas del mundo y que, en el fondo, desconfiamos de que Él nos sostendrá si nos rendimos de manera radical y absoluta.
La palabra “esclavo” viene del griego dóu-los (doulos) y significa literalmente esclavo o siervo. Bajo la ley romana, un esclavo era propiedad personal de su amo y dependía completamente de él. En otras palabras, su vida estaba totalmente a disposición de otra persona. Esta palabra me lleva a pensar en una vida marcada por la completa devoción y entrega a otro.
Santiago, el que antes dudaba, ahora se describe a sí mismo como alguien que reconoce que el Señor sobre su vida ya no es él, sino Jesús. Esto me lleva a preguntarme: ¿puedo yo describirme así? ¿Vivo como alguien que ya no se pertenece a sí misma, sino que vive para Dios? ¿O todavía insisto en mantener áreas bajo mi propio control? En mi caso, digamos que soy una obra en proceso, pero no descansaré hasta que mi vida muestre cada día un poco más de Él y menos de mí. ¿Y tú? ¿Hace cuánto no haces inventario en tu corazón para ver en qué estado realmente se encuentra?
Más adelante, usa la palabra “Señor” para referirse a Jesús. Ese término en griego es Kyrios, equivalente al hebreo Adonai. Con esto, Santiago no deja lugar a dudas: estaba identificando a Jesús como Dios mismo.
Y aquí está lo que me maravilla: el Santiago que antes no creía pudo llegar a conocer que su medio hermano era, en realidad, el Dios hecho carne que vino a habitar entre nosotros como expresión del amor eterno del Padre por su creación. Aunque nosotros estamos muy familiarizados con esta verdad, creo que esa misma familiaridad nos roba la reverencia. Nos acostumbramos tanto a escucharla que dejamos de maravillarnos con el peso que realmente tiene: que el Dios eterno se hizo hombre, y que esa verdad cambia por completo el rumbo de nuestras vidas.
Otra palabra que Santiago utiliza en su saludo es Jesucristo. La palabra Cristo viene del griego Christos. Y una vez más, aunque la conocemos y nos resulta familiar, muchas veces olvidamos detenernos a descansar en ella y meditar en su peso. Christos identifica a Jesús como el Mesías, el Ungido. Jesús, aquel a quien el pueblo de Dios esperaba. Jesús, quien vino a salvarnos y redimirnos. Jesús, que sin mancha alguna entregó su vida por mis pecados y los tuyos, para que pudiésemos tener acceso al Padre. En una sola palabra, la Escritura nos invita a contemplar la majestuosidad de Jesús. Y Santiago, con su manera tan sencilla de presentarse, nos recuerda que, al igual que él, nosotros también somos llamados a ser siervos de Dios. Como suelo ser muy literal y poco flexible al abordar las cosas, esta palabra me confronta: ¿hasta cuándo seguiré negociando con Dios, en lugar de rendirme por completo como una práctica diaria y no como un instante aislado? Porque solo así será Jesús quien brille a través de mí, y no mis propios deseos, anhelos o emociones. Creo que este saludo nos desafía a comenzar a vivir cada día con la nueva identidad que tenemos en Cristo Jesús.
Nota al lector: Reflexión devocional inspirada en Santiago 1:1. No es un comentario teológico, sino una lectura desde el corazón y la fe.
Comentarios
Cargando comentarios…